Basado en los fragmentos del libro del Padre Miguel Sopoćko
“LA DIVINA MISERICORDIA EN SUS OBRAS”, tomo II.
Las fotos del Vía Crucis – hechas en el Santuario de Jasna Góra en Częstochowa, Polonia
Te adoramos, ¡oh Cristo!,
y te bendecimos.
Que por tu santa cruz redimiste al mundo.
Me avergüenzo, Señor, de comparecer ante tu santo Rostro, pues me asemejo poco a Ti. ¡Tú sufriste tanto por mí durante tu flagelación! Ya esta parte de tu pasión podría haberte producido la muerte, si no fuera por la voluntad y la sentencia del Padre Celestial, quien tenía decidido que murieses en la cruz; cuando a mí ya me resulta difícil soportar pequeñas transgresiones y faltas de los miembros de mi familia, con aquellos con quienes convivo. En cambio Tú, por tu inmensa misericordia, derramaste tanta sangre por mí; mientras que a mí, cualquier pequeño sacrificio que puedo ofrecer por mis prójimos me parece algo tan duro de soportar. Tú, con una paciencia inefable y en silencio, soportaste los dolores de la flagelación; mientras que yo me quejo y gimo cada vez que me toca soportar algo por Ti, alguna pequeña molestia o desprecio por parte del prójimo. ¡Señor, ten piedad de mí!
SEÑOR MISERICORDIOSO,
AYÚDAME A SEGUIRTE CON CONFIANZA
Jesucristo, que sufriste por nosotros,
ten piedad de nosotros.
Te adoramos, ¡oh Cristo!,
y te bendecimos.
Que por tu santa cruz redimiste al mundo.
¡Voy a seguir a Jesús, avanzando tras sus pasos con profunda compasión! Voy a soportar con paciencia cualquier contrariedad que hoy tenga, para rendirle honor en el camino hacia el Gólgota. Sí, hago este propósito, pues Él se entrega a la muerte por mí- ¡sufre por mis pecados! ¿Cómo podría yo ser indiferente a tanto sufrimiento? Señor, no me pides que yo soporte contigo tu cruz tan pesada, sino solo que lleve mis pequeñas cruces de cada día; me pides que las soporte con paciencia. No obstante, hasta el día de hoy no he sido capaz de hacerlo. Tengo vergüenza y me arrepiento de tanta pusilanimidad y tanta ingratitud mía. Por eso, hago ahora el propósito de aceptar todo lo que me pongas encima por tu misericordia: quiero recibirlo con confianza y soportarlo con amor.
SEÑOR MISERICORDIOSO,
AYÚDAME A SEGUIRTE CON CONFIANZA
Jesucristo, que sufriste por nosotros,
ten piedad de nosotros.
Te adoramos, ¡oh Cristo!,
y te bendecimos.
Que por tu santa cruz redimiste al mundo.
Señor, tomaste a cuestas la terrible carga de los pecados de todo el mundo y de todos los tiempos. Y de entre esta terrible masa de pecados de toda la humanidad, están también los innumerables pecados míos que también has cargado sobre tus espaldas, y que te aplastan y te han hecho caer al suelo. De ahí que se acabaran tus fuerzas en el momento de tu caída. Ya no puedes seguir llevando tanto peso, y por eso caes al suelo. Cordero de Dios, que quitas con tu misericordia el pecado del mundo, quita de mí la pesada carga de mis pecados al cargar con tu cruz, y enciende el fuego de tu amor para que sus llamas nunca se apaguen.
SEÑOR MISERICORDIOSO,
AYÚDAME A SEGUIRTE CON CONFIANZA
Jesucristo, que sufriste por nosotros,
ten piedad de nosotros.
Te adoramos, ¡oh Cristo!,
y te bendecimos.
Que por tu santa cruz redimiste al mundo.
¡Virgen Santísima, Madre Inmaculada, haz que yo pueda compartir la aflicción de tu alma! Te amo, Madre dolorosa, Tú que vas siguiendo a lo largo del vía crucis los pasos de tu Hijo más amado, aquel camino donde sufrió tanta ignominia, oprobio y desprecio. Introdúceme en tu Corazón Inmaculado, y como Madre de la Misericordia, alcánzame la gracia para que, junto a Ti y Jesús, pueda seguir adelante sin desesperar en este camino lleno de espinos; para que pueda avanzar hacia el calvario que tu Divina Misericordia me ha destinado.
SEÑOR MISERICORDIOSO,
AYÚDAME A SEGUIRTE CON CONFIANZA
Jesucristo, que sufriste por nosotros,
ten piedad de nosotros.
Te adoramos, ¡oh Cristo!,
y te bendecimos.
Que por tu santa cruz redimiste al mundo.
Como ocurría con Simón, también para mí la cruz es algo desagradable. Por mi natural, yo también me estremezco y sobresalto al ver la cruz que se avecina; sin embargo, las circunstancias me fuerzan a familiarizarme con ella. A partir de ahora, imitando al Salvador misericordioso, procuraré llevar mi propia cruz con los sentimientos de Cristo. De ese modo transcurriré el camino real de Cristo, y seguiré por este camino, incluso cuando me vea rodeado de personas hostiles, de enemigos que se mofen de mí.
SEÑOR MISERICORDIOSO,
AYÚDAME A SEGUIRTE CON CONFIANZA
Jesucristo, que sufriste por nosotros,
ten piedad de nosotros.
Te adoramos, ¡oh Cristo!,
y te bendecimos.
Que por tu santa cruz redimiste al mundo.
Jesús ya no sufre más, por eso yo no puedo ahora darle mi pañuelo para enjugarle el sudor y la sangre. Pero el Salvador sufriente vive continuamente en su Cuerpo Místico, en sus hermanos, en aquellos que cargan la cruz, en los enfermos, los agonizantes, los pobres, los necesitados. Él mismo nos dijo: «En verdad os digo que cada vez que lo hicisteis con uno de estos, mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis» (Mt 25, 40). Así que hago el propósito de ponerme de parte del enfermo, del agonizante, con un amor verdadero, con paciencia, para secarle el sudor de la frente, para fortalecerlo y consolarlo.
SEÑOR MISERICORDIOSO,
AYÚDAME A SEGUIRTE CON CONFIANZA
Jesucristo, que sufriste por nosotros,
ten piedad de nosotros.
Te adoramos, ¡oh Cristo!,
y te bendecimos.
Que por tu santa cruz redimiste al mundo.
Señor, (…) ¿cómo puedes tolerarme a mí, que te ofendo con numerosos pecados veniales en mi vida cotidiana, tantísimas veces? Solo me lo puedo explicar por la grandeza de tu misericordia, porque todavía esperas que me enmiende. Ilumíname Señor con la luz de tu gracia, para que pueda conocer la gran depravación de mi corazón y mis malas tendencias, que causaron tu terrible segunda caída bajo el peso de la cruz. Haz Señor que a partir de ahora intente extirpar estas malas inclinaciones y mi depravación, esforzándome por superarlas. Sin tu gracia, Señor, no seré capaz de librarme de ello, por eso te pido con confianza que tu misericordia me dé fuerzas.
SEÑOR MISERICORDIOSO,
AYÚDAME A SEGUIRTE CON CONFIANZA
Jesucristo, que sufriste por nosotros,
ten piedad de nosotros.
Te adoramos, ¡oh Cristo!,
y te bendecimos.
Que por tu santa cruz redimiste al mundo.
Para mí también hay un tiempo de misericordia, pero es limitado. Tras este periodo, vendrá el tiempo de la justicia, de la que Jesús me advierte. (…) Sobre mis espaldas cargo muchas culpas; por eso, me estremezco de temor, pero no me echaré atrás, iré tras los pasos de Cristo, me arrepentiré de mis pecados y procuraré satisfacer a la justicia divina mediante una penitencia sincera. La omnipotencia de Dios y el deber de servirlo me inclinan a hacer penitencia. La infinita misericordia de Jesús también me exhorta a hacer penitencia. El Señor cambió su corona de gloria por una corona de espinas, Él vino a buscarme y me estrechó contra su corazón.
SEÑOR MISERICORDIOSO,
AYÚDAME A SEGUIRTE CON CONFIANZA
Jesucristo, que sufriste por nosotros,
ten piedad de nosotros.
Te adoramos, ¡oh Cristo!,
y te bendecimos.
Que por tu santa cruz redimiste al mundo.
Jesús sufre por mí y también por mí cae por tercera vez bajo el peso de la cruz. ¿Dónde estaría yo hoy, sin estos sufrimientos del Salvador? Yo nací en el pecado y no tengo derecho a la gracia. Solo el Salvador nos rescata de las profundidades del infierno para salvarnos. (…)Por eso todo lo que hoy tenemos y somos lo debemos únicamente a la pasión del Señor Jesús. Incluso el hecho de poder llevar nuestra cruz, nada sería sin la gracia. Solo la pasión del Salvador hace que nuestra contrición pueda alcanzarnos méritos y que la penitencia sea eficaz. Únicamente su misericordia, revelada en las tres caídas, es la garantía de mi salvación.
SEÑOR MISERICORDIOSO,
AYÚDAME A SEGUIRTE CON CONFIANZA
Jesucristo, que sufriste por nosotros,
ten piedad de nosotros.
Te adoramos, ¡oh Cristo!,
y te bendecimos.
Que por tu santa cruz redimiste al mundo.
La Madre de Dios estaba allí presente ante tan terrible misterio. Ella lo vio y oyó todo, guardándolo en su corazón. Podemos imaginar qué dolores tan atroces sufriría al ver a su Hijo avergonzado, desnudo, ensangrentado, bebiendo aquella bebida amarga, a la que yo he añadido más amargura con mis pecados de falta de templanza y mis excesos en la bebida y en la comida. Deseo enmendarme y, a partir de ahora, hago el firme propósito, con la ayuda de la gracia de Dios, de practicar una mortificación razonada en esta materia, para que la desnudez de mi alma no lastime los ojos de Jesús, ni ofenda a su Madre Inmaculada, María.
SEÑOR MISERICORDIOSO,
AYÚDAME A SEGUIRTE CON CONFIANZA
Jesucristo, que sufriste por nosotros,
ten piedad de nosotros.
Te adoramos, ¡oh Cristo!,
y te bendecimos.
Que por tu santa cruz redimiste al mundo.
Permanezcamos con nuestro pensamiento en el Gólgota, al pie de la cruz del Señor, y meditemos esta terrible escena. El Salvador está colgado entre el cielo y la tierra, en las afueras de la ciudad, rechazado por su pueblo. Como un criminal, crucificado entre dos criminales, constituye una imagen terriblemente miserable de abandono y de dolor. Se nos presenta semejante a un rey, a un caudillo que vence a las naciones, pero no lo hace con el uso de las armas, sino con la cruz; no para destruir, sino para redimir. Así pues, a partir de ahora la cruz del Salvador se convertirá en instrumento de la gloria de Dios, de la justicia y de su infinita misericordia.
SEÑOR MISERICORDIOSO,
AYÚDAME A SEGUIRTE CON CONFIANZA
Jesucristo, que sufriste por nosotros,
ten piedad de nosotros.
Te adoramos, ¡oh Cristo!,
y te bendecimos.
Que por tu santa cruz redimiste al mundo.
Nadie acompañó este sacrificio con sentimientos tan apropiados y admirables como los de la Madre de la Misericordia. Del mismo modo que en la concepción y nacimiento del Señor Ella estaba presente en nombre de toda la humanidad, adorando y amando con fervor al Señor de los Ejércitos, también ahora cuando muere, adora su cuerpo sin vida transida de dolor y se acuerda de todos sus hijos adoptivos. Los representantes de estos hijos son el apóstol Juan y el Buen Ladrón, recién nacido a la gracia, que moría junto al Salvador, y por quien Ella intercedió. Intercede también por mí, Madre de Misericordia, y acuérdate de mí cuando entregue mi espíritu al Padre.
SEÑOR MISERICORDIOSO,
AYÚDAME A SEGUIRTE CON CONFIANZA
Jesucristo, que sufriste por nosotros,
ten piedad de nosotros.
Te adoramos, ¡oh Cristo!,
y te bendecimos.
Que por tu santa cruz redimiste al mundo.
Misericordioso Salvador, ¿qué corazón será capaz de resistir la arrebatadora y demoledora expresión con que nos hablas a través de las innumerables heridas de tu cuerpo sin vida, que ahora descansa en el regazo de tu Madre, la Virgen Dolorosa? (…) cualquier acto tuyo habría bastado para satisfacer a la justicia divina y para reparar nuestras injurias y afrentas. Pero tú, Señor, escogiste esta redención para mostrarnos el valor que tiene para Ti nuestra alma; también, para mostrarnos tu ilimitada misericordia, para que el mayor pecador pueda acercarse a Ti con plena confianza y contrición, y recibir así el perdón de sus pecados como ocurrió con el Buen Ladrón. Madre, Virgen Dolorosa, Madre de Misericordia.
SEÑOR MISERICORDIOSO,
AYÚDAME A SEGUIRTE CON CONFIANZA
Jesucristo, que sufriste por nosotros,
ten piedad de nosotros.
Te adoramos, ¡oh Cristo!,
y te bendecimos.
Que por tu santa cruz redimiste al mundo.
Madre de la Misericordia, me elegiste para que fuera tu hijo, y her mano de Jesús, por quien lloras tras ponerle en el sepulcro. No hagas caso de mi debilidad, inestabilidad y dejadez, debilidades por las que lloro sin cesar. Acuérdate de la voluntad de Jesús que me ha confiado a Ti. Cumple tu misión en cuanto a mí, dame tantas gracias del Salvador como mi debilidad precise. Sé para mí siempre Madre de Misericordia.
SEÑOR MISERICORDIOSO,
AYÚDAME A SEGUIRTE CON CONFIANZA
Jesucristo, que sufriste por nosotros,
ten piedad de nosotros.